El Rey Li-Ón en su trono |
La Fábula del Rey Lión
Lión no había sido siempre el favorito para gobernar. Su hermano mayor, Gar, era el legítimo heredero. Un león fuerte, con sentido del honor y gran respeto por las leyes de la sabana. Sin embargo, un día, durante una inspección a las manadas, Gar terminó atrapado en una estampida de ñus y desapareció para siempre. Aunque la versión oficial decía que Lión intentó salvarlo, las malas lenguas susurraban que su propio hermano había sido empujado… accidentalmente, claro, por un ligero “roce” de las garras del ahora rey. Con Gar fuera del camino y gracias al apoyo del viejo dictador, General Chimpao —un astuto babuino que se movía con ayuda de un bastón y controlaba el reino con un poder absoluto—, Lión fue designado como el nuevo monarca.
Una vez en el trono, Lión se dedicó a disfrutar de los placeres del poder, rodeado de hienas, chacales y otros animales de moral cuestionable. Pero no todo fue diversión y corrupción: en uno de los episodios más oscuros de su reinado, ocurrió lo que luego sería conocido como El Gran Golpe de la Estepa.
Todo comenzó cuando en la sabana se escucharon rumores de un inminente golpe de estado. Un grupo de chacales ambiciosos, jabalíes rebeldes y un par de elefantes veteranos, descontentos con las políticas del monarca, planeaban derrocarlo. La noticia se propagó rápidamente, y el reino se sumió en el caos. Las cebras no sabían si quedarse o correr, los antílopes se agrupaban en bandadas nerviosas, y hasta las serpientes, normalmente sigilosas, siseaban intranquilas desde sus madrigueras.
Fue entonces cuando el Rey Lión, con un rugido firme y una apariencia de líder inquebrantable, dio un paso al frente. Anunció que salvaría a su reino y se convirtió en el defensor de la Sabana. Bajo su mando, los animales leales —hienas, chacales y sus más cercanos secuaces— se movilizaron rápidamente y aplastaron la rebelión antes de que siquiera empezara. Los líderes del levantamiento fueron capturados, juzgados y exiliados al Páramo del Desierto. El monarca fue aclamado como un héroe por haber mantenido la estabilidad y, en un espectáculo dramático, rugió desde lo alto de la Roca del Reino: “¡Nunca permitiré que traidores pongan en peligro a mis súbditos!”.
Los antílopes se arrodillaron, las cebras aplaudieron con sus pezuñas, y hasta los búhos asintieron aprobando la valentía de su rey. Sin embargo, lo que nadie sabía era que Lión había sido el autor intelectual de todo el golpe.
Sí, él mismo había planeado cada detalle. La supuesta rebelión fue un montaje con el que eliminó a todos los animales que pudieran hacerle sombra o representaran una amenaza para su poder. Necesitaba una excusa para consolidar su reinado y asegurarse de que nadie, bajo ninguna circunstancia, cuestionara su autoridad. Los chacales y elefantes rebeldes habían sido incitados en secreto por hienas infiltradas, siguiendo sus órdenes, para provocar un motín que él mismo suprimiría en una gloriosa y calculada “victoria”.
Tras el golpe, el reino quedó a merced de su mano férrea y manipuladora. Lión reorganizó la corte y llenó todos los puestos clave con sus leales más incompetentes. Así, se garantizó que nadie más pudiera conspirar en su contra. Fue en ese momento cuando, queriendo asegurarse de que el reino estuviera en el completo caos burocrático, nombró a su primo, el lento y soñoliento Peresozo, como Ministro de Rapidez y Eficiencia.
¿Por qué un oso perezoso que apenas podía mantenerse despierto en las reuniones fue asignado a un puesto tan crítico? Fácil: era primo de Chacalito, uno de sus amigos de fechorías y experto en desviar fondos sin dejar rastro. Al parecer, Chacalito había prometido a Lión que su primo Peresozo haría un “trabajo excelente”… en ralentizar tanto la administración que cualquier animal que quisiera reclamar algo acabaría dándose por vencido antes de que el trámite siquiera comenzara.
Los resultados fueron desastrosos. En poco tiempo, los trámites para obtener permisos de pastoreo, licencias de agua y hasta las simples solicitudes de hojas cayeron en un abismo de papeleo sin fondo. Las cebras, desesperadas por un simple cambio de nombre, pasaban meses esperando. Los elefantes, que normalmente eran pacientes, empezaron a trompetear de frustración, y hasta las tortugas se quejaban de la lentitud con la que avanzaban las filas en la Oficina del Registro Real. Algunos animales, hartos, decidieron probar suerte con los leopardos en la sabana vecina, pues decían que allí, al menos, las cosas se movían al “ritmo de un guepardo”.
Pero Lión no se inmutó. Había conseguido lo que quería: un reino completamente a su merced, sin oposición interna y con toda la administración colapsada de forma que nadie pudiera fiscalizar sus verdaderas intenciones. Mientras tanto, él se dedicaba a sus pasatiempos favoritos: cazar en la Península de Elefantia, donde se jactaba de abatir a elefantes viejos, o a compartir la compañía de gacelas exóticas y suricatas danzantes en sus “retiros diplomáticos” lejos de la atenta mirada de la Reina Leona.
Finalmente, cuando el malestar en la sabana alcanzó su punto máximo, Lión tomó una decisión estratégica: abdicar el trono a favor de su obediente hijo, Príncipe Felipito. El joven león, siempre dócil y formal, tomó las riendas del reino mientras su padre se retiraba al lujoso oasis de Dinar-Arabia, donde fundó la Fundación Rugido Dorado para asegurar que sus hijas, las siempre glamorosas Infanta Pincha y Infanta Pelu, no tuvieran que preocuparse nunca por el estado de las arcas familiares.
Y así, el viejo rey sigue regresando de vez en cuando, paseando con su inconfundible sonrisa entre las criaturas de la sabana, soltando un suave rugido de satisfacción: “¿Todo bien, muchachos?”. Y luego, regresa a su opulento refugio, dejando tras de sí el eco de un reino a la medida de su astucia.
FIN
¿Les suena familiar esta historia? Cualquier parecido con la realidad animal o humana es pura coincidencia... o quizás no tanto.
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